martes, 1 de septiembre de 2009

Te quiero matar.


Hablamos, todo empieza bien, pero tardamos poco en enzarzarnos.
Insistes poco a poco en joder las cosas. En decir lo que más duele, lo más ofende.
Y yo no me voy a callar. Dos gallos en un corral es demasiado.

De poco vale señalar vez tras vez que molesta, que tengas cuidado, que todo pende de un hilo, y que las cosas pueden romperse. O se les puede sacar brillo. Todo depende de cómo se cuiden.

Mi pregunta es... Si las cosas ya son tan complicadas de por sí, ¿por qué coño no nos lo facilitamos un poco? ¿Por qué coño no tratamos de poner un poco de nuestra parte?

Me cabreo, me caliento, te envío a la mierda y te cuelgo.
Te quiero matar, quiero no volver a llamarte nunca. Te quiero dejar para siempre. Respirar.

Luego quiero calmarme, pensar en el cuadro grande, en mi objetivo, en que quiero construir algo contigo. Que siempre hay peleas, que tengo que ser más listo que estas pequeñas cosas.

Pero, ¿hasta qué punto puedo o quiero aguantar que me menosprecien constantemente?
Me doy unos días para pensar. Y punto.

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